¿Por qué Milton Friedman se va contra
la Responsabilidad Social Empresarial?

Oct 16, 2022 Artículos Exclusivos
¿Por qué Milton Friedman se va contra
la Responsabilidad Social Empresarial?
Friedman

Milton Friedman, uno de los más importantes economistas del mundo en las últimas décadas y considerado el máximo representante del Neoliberalismo que dio origen al modelo de apertura económica a fines del siglo pasado, es enemigo declarado de la Responsabilidad Social Empresarial -RSE-, sin duda el de mayor peso a nivel internacional.

Pero, ¿qué fue exactamente lo que dijo? ¿Cuáles fueron sus tesis al respecto, más allá de la muy repetida afirmación de que “la responsabilidad social de la empresa -como tituló su célebre y muy conocido ensayo- es incrementar sus beneficios”? ¿Cuáles son, en fin, sus críticas al respecto? ¿Y cómo las vemos hoy, varias décadas después de haberse publicado en The New York Times? 

Es lo que intentaremos responder a continuación.

Humor de economista

Sí, la historia comienza con un chiste. Cuando Friedman oye hablar a los empresarios sobre su responsabilidad social, eso le recuerda -dice al iniciar su escrito- “el maravilloso planteamiento de aquel francés que a sus setenta años descubrió que había estado hablando en prosa durante toda su vida”.

Humor de economista, claro está. Que es fácil interpretar, a diferencia. por lo general, de sus proyecciones econométricas: así como el francés del cuento no hizo sino hablar en prosa sin saberlo, nuestros empresarios han sido socialmente responsables desde siempre, desde mucho antes de ponerse en boga la RSE. 

Más aún, la responsabilidad social es lo que siempre hacen las empresas cuando dan empleo, pagan salarios y generan riqueza que se destina en parte a asumir las obligaciones tributarias, todo lo cual trae enormes beneficios para los empleados y sus familias, los clientes y proveedores e incluso las personas más pobres, favorecidas con aquellos impuestos salidos de sus propios bolsillos (de los empresarios, como es obvio).

No es necesario, entonces, exigir responsabilidad social a las empresas, pues ya la ejercen por naturaleza o por definición. ¿Y a qué viene -se pregunta Friedman- esa moda de la RSE, según la cual las empresas deben ir más allá de dichas funciones y de sus obligaciones legales, por consideraciones éticas? ¿Cuál es la causa última de dichos reclamos que vienen provocando un verdadero boom de la RSE a lo largo y ancho del planeta, con cuantiosas inversiones a cuestas? ¿Cuál es, en realidad?

Según Friedman, tan extraño fenómeno tiene su origen en la tradición socialista, marxista si se quiere, que de tiempo atrás pretende dar al traste con la economía de mercado, la libre empresa y el capitalismo en su conjunto, representando, en consecuencia, un grave peligro para su continuidad en el plano económico y, aún en el político, del sistema democrático que le sirve de fundamento desde sus orígenes.

No es poca cosa lo que ahí está en juego, apreciado lector. La RSE parece constituir la principal amenaza para la democracia y el capitalismo, abriéndoles paso a regímenes totalitarios de izquierda, al comunismo de vieja data, al poder absoluto del Estado que muchos creíamos, sobre todo tras el desplome de la Unión Soviética, superado por completo.

Veamos cómo Friedman intenta demostrar la validez de tan osado criterio.

¡La RSE es un suicidio!

Para empezar, Friedman aclara que no puede hablarse, en sentido estricto, sobre la responsabilidad social de la empresa por la sencilla razón de que ésta no es una persona de quien debamos esperar que sea responsable. Quienes deben serlo son, en realidad, los empresarios-dueños o, mejor, quienes los representan y están a cargo del manejo de la compañía, es decir, los ejecutivos del más alto nivel (presidente, director o gerente general).

Pero, ¿en qué consiste esa responsabilidad? Insistamos: en generar utilidades, o sea, “incrementar los beneficios” que señalamos al principio, resultado lógico, a su vez, del adecuado funcionamiento de la organización a su cargo. En cuanto a los beneficios sociales, no pueden ser sino los citados arriba (empleo, salarios e impuestos, según la ley).

¿Qué sucede, entonces, cuando se va más allá de esto, en nombre de la RSE, con diversos programas sociales para los llamados grupos de interés -stakeholders-? Ahí el ejecutivo, según Friedman, actúa en forma irresponsable, no responsable, puesto que malgasta un dinero que no le pertenece (es de los propietarios-accionistas), poniendo en grave riesgo el futuro de la empresa por problemas financieros.

Para colmo de males -agrega-, el directivo en cuestión termina tomando decisiones que no son racionales desde el punto de vista económico: baja precios por ayudar a los pobres o reducir la inflación, enfrenta la contaminación ambiental con gastos exorbitantes y contrata empleados por motivos humanitarios (a discapacitados, por ejemplo), aunque no sean los mejores y de mayor productividad.

En definitiva, tales decisiones terminan afectando a otros grupos de interés, ya no sólo a los propietarios (verbigracia, a los empleados cuando les gastan el dinero que podría servir para subirles el salario y, por ende, mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias).

Ahora bien, si todo esto lo hacen con su plata, con sus recursos personales, ¡vaya y venga! Lo que no es responsabilidad, ni mucho menos, es hacerlo con la plata de los demás, sean propietarios o trabajadores, clientes o proveedores, para quienes también serían válidos los argumentos que acabamos de mencionar.

Así las cosas, el mandato de Friedman es claro: ¡la responsabilidad social empresarial, para bien de la empresa y sus grupos de interés, debería estar prohibida, comenzando por sus máximos directivos! ¡Seguirla haciendo es un suicidio!

La arremetida final

Las demoledoras críticas del célebre profesor norteamericano no terminan ahí. Al contrario, lanza nuevos frentes de ataque, como es que los administradores, al cumplir una función política que no les corresponde, pretenden incluso ir más allá del gobierno al cobrar impuestos y gastarlos a su antojo, sin que alguien los pueda controlar y frenar sus abusos. Es como si fueran -dice- legisladores, rama ejecutiva y jueces. ¡El poder absoluto!

De otra parte, no están preparados siquiera para tales funciones. ¿Cómo saben, en efecto, si sus inversiones sociales logran frenar la inflación, el desempleo o la violencia? ¿Qué tan conocedores son de estos asuntos, bastante complejos por naturaleza, que deben ser tratados por los expertos mientras ellos han de estar dedicados sólo a sus negocios?  

Para colmo de males, los programas de RSE -asegura- “sirven a menudo para encubrir acciones que se justifican por motivos distintos”. De hecho, a una empresa le conviene tener buena fama, buen nombre, buena reputación, y si esto lo consigue haciendo gala de responsabilidad social, ¡excelente! 

No obstante, este comportamiento es apenas por interés, por un beneficio particular y no de los demás, lo cual permite concluir que la responsabilidad social no es sino una “fachada hipócrita”, cercana al verdadero “fraude”. Poco falta, en definitiva, para que los ejecutivos puestos al banquillo sean calificados como delincuentes de cuello blanco…

Para rematar su análisis, Friedman asegura que, en las circunstancias descritas, la RSE atenta contra los principios de la sociedad libre y la economía de mercado, todo ello en nombre de criterios socialistas obsoletos, mandados a recoger, con una diferencia mínima frente al modelo comunista: creer, en forma ilusa, que puede llegarse a la sociedad igualitaria, al colectivismo marxista, sin romper con el capitalismo. 

En síntesis, los empresarios partidarios de la RSE son idiotas útiles del populismo socialista, contribuyen al desprestigio creciente de las empresas como si carecieran de ética y sensibilidad social, y actúan así por “un impulso suicida”, del que tarde o temprano serán víctimas.

Un panorama apocalíptico, sin duda.

En defensa de la RSE

Las tesis anteriores acogen el principio fundamental de la microeconomía, según el cual las empresas buscan maximizar sus utilidades o ganancias; de igual manera, expresan tanto el liberalismo clásico de Smith y Ricardo como su versión moderna o Neoliberalismo, del que Friedman precisamente es uno de sus máximos exponentes, y a fin de cuentas exaltan la economía de mercado, la libre competencia, como condición básica del mayor crecimiento económico y el desarrollo, claves para enfrentar fenómenos como la pobreza.

Pero, ¿qué tan válidos son tales criterios, contra los cuales se han ido lanza en ristre los defensores de la RSE que, por otro lado, viene registrando un auge sin precedentes, lejos de provocar el colapso económico advertido por este investigador de la Universidad de Chicago? ¿Las recientes crisis financieras, por el contrario, no son causadas más bien por la falta de responsabilidad social que obliga, en la práctica, a impulsar un capitalismo social, con equidad, no el capitalismo salvaje que todavía padecemos?

¿Y autores como Porter y Prahalad no demuestran incluso, con sus modelos de Valor compartido y Base de la pirámide, que dichas crisis son fruto de la pérdida de confianza en las empresas por su irresponsabilidad social, al tiempo que los cuestionados gastos sociales pueden ya no ser pérdidas sino la clave de una generación mayor de riqueza, siempre y cuando se sigan las estrategias adecuadas?

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Por: Jorge Emilio Sierra Montoya. Escritor y periodista. Exdirector del diario “La República”

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